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dissabte, de maig 04, 2019

COM ELS GRECS, de Steven Berkoff


Teatre Liure de Gràcia
Autor: Steven Berkoff
Traductor: Joan Sellent
Director: Josep Maria Mestres
Intérprests: Mercè Arànega, Sílvia Bel, Pep Cruz, Pablo Derqui


Sinòpsi

Un dels pares de l’església cristiana deia que Homer maleducava el poble amb els seus mites perquè el poble els entenia de manera literal i irreverent. Despullats de religió i irreverents com els grecs, són aquí els mites creats per Steven Berkoff el 1980, en plena era Thatcher. Visionari és poc.

Inglaterra, 1978-1979. Los basureros y los sepultureros sostienen una huelga literalmente irrespirable. El hedor y las ratas recuerdan tiempos bubónicos, y la violencia callejera bate sus peores récords. Los periodistas recurren a Shakespeare y hablan de un 'Invierno del Descontento', citando el Ricardo III. La culpa es de James Callaghan, último laborista antes de Margaret Thatcher, la afable señora con permanente y pendientes de perlas que promete una revolución, y no miente. Con ella se desregulará la economía como nunca (y hasta hoy), aumentarán las huelgas y se debilitarán los sindicatos. Pero eso aún no lo saben los obreros del crudo y fétido invierno del 78. Lo que sí saben es que llevan años de vacas flacas, que se ha acabado la prosperidad de las treinta gloriosas, que arrecian las crisis del petróleo y de unas finanzas sin el freno del patrón oro. Desde las ruinas de la II Guerra Mundial no se veía en Reino Unido tanta miseria moral y material, una lucha tan encarnizada del último contra el penúltimo. Como los Sex Pistols en God Save the Queen, los ingleses parecían preguntarse cómo puede haber pecado cuando no hay futuro.
Steven Berkoff vio en aquel Invierno del Descontento una nueva peste tebana, y decidió oficiar de Sófocles inglés, pero dando la vuelta a su Edipo como a un calcetín. Porque Como los griegos no hace casi nada como los griegos. Hay mucha más comedia que tragedia: Eddy es un antihéroe punk que no calza el coturno, sino que se recrea en un florido lenguaje chabacano, pródigo en escatologías, machismos y racismo, con especial querencia al culteranismo porno. Hay anagnórisis, pero no hecho patético, porque este Edipo no se mutila los ojos cuando descubre que yació con su madre y que asesinó a su padre. Y hay una esfinge iracunda, pero no malvada: una deslenguada feminista cargada de razones que añora la libertad prehistórica del hermafroditismo. También hay parricidio, pero sin trivio ni mano airada, porque los personajes de Berkoff matan a irónicos golpes de palabra. Como los griegos es eso, un Edipo satírico, metateatral y barriobajero que lleva al extremo la metáfora política de la peste, y que relativiza los escrúpulos morales del temet nosce: un Edipo más acá de la catarsis, consciente de su pecado, más pícaro que trágico.
Josep Maria Mestres ha querido explotar la vis cómica de Berkoff, y ha eliminado una de las pocas fronteras que Como los griegos conservaba de los griegos: la que separa mostrar y contar, la famosa mímesis y la diégesis. El texto de Berkoff es un derroche de esto último: largos parlamentos solitarios y sin acotaciones, a reloj parado, donde las narraciones barrocas, estrafalarias y ambivalentes de los personajes valen más que mil imágenes. Vale más el verbicidio del padre que una truculenta escena de golpes, como nos muestra acertadamente Mestres. Pero también hubiera valido más la iconografía del orgasmo de Doreen que una tópica escena a horcajadas, o el argot costumbrista y cochambroso de Eddy que las cabezas de sus deudos asomando por las puertas, como relojes de cuco, travestidas o apayasadas, para ilustrar lo dicho. Si Berkoff escribió sus torrenciales parlamentos fue probablemente porque prefería contar que mostrar, sugerir con la palabra que redundar con la imagen, exornar que adornar.
Los intérpretes sobreviven, con todo, a su dirección clownesca, y no decepcionan. Pablo Derqui es un enérgico Eddy. Un poco mayor, cierto, para el cockney que abandona el nido paterno, al que los viejos odian por no llegar a la treintena, un improbable hijo biológico de Sílvia Bel. Pero Derqui llena de humor y convicción a este Mack el Navaja de Tufnell Park, y engancha al público con el descreído relato de su periplo vital. Bel es toda desparpajo como la hermana gamberra de Eddy y como su lúbrica esposa, aunque el guion le exige demasiados histrionismos en el sexo sobre la silla, en la micción de la anagnórisis, en su pecho final al aire, simplificando en exceso este personaje y la parte de la historia que le toca. Mercè Arànega es una genuina madre de familia empapuzando a sus crías, pero brilla sobre todo como esfinge, espetando el parlamento más lúcido de la función, echando sapos y culebras feministas contra los Eddies del mundo, que no son pocos ni merecen menos. Y Pep Cruz nos obsequia con sus buenos graves de siempre, a veces empañado por los desbarros que le exige el guion, pero fiel a su sólido tono sobrio, y con un hermoso alegato sarcástico contra el Estado del bienestar, ingrato con su veteranía de guerra en Dunkerque y con su magra jubilación proletaria, que arrastra una intoxicación por amianto, un pulmón de menos y un sistema nervioso destrozado por las máquinas.
Todo ocurre entre unas sencillas paredes alicatadas de rojo, que lo mismo hacen de bar de mala muerte, de hogar de mala muerte o de sórdida barraca de feria, con dos irónicas puertas al fondo que mandan al retrete o al exilio según la ocasión (uno de los mejores gags de Mestres). La música deambula, sin embargo, del punk setentero de los Sex Pistols a románticos estándars de Irving Berlin (Let’s Face the Music and Dance), pasando por solemnes coros de misa de réquiem, que a veces subrayan en exceso el sentido de la escena. Pero, en su conjunto, esta versión de Mestres vale la pena, entre sus indudables méritos y sus dudosas ocurrencias, porque la levantan cuatro portentos escénicos que brillan más allá del exceso. Y aunque Berkoff no es Sófocles, su blasfemia pagana y anti-thatcherista sigue muy viva, señalando la peste de una sociedad sin futuro, y la falta de dioses que la castiguen, y el cinismo simpático de los salvadores oficiales. Lo dice de un Reino Unido no tan lejano, que ha acabado encaminándose a un Brexit, quizá para deleite póstumo de Thatcher. Pero a la luz de Como los griegos, el resto de Europa no parece menos tebana.
Gabriel Sevilla